(Escrito en marzo de 2012)
Es habitual que toda política proponga un "arte" de someter al individuo y degradarlo hasta convertirlo en sujeto haciéndole perder su naturaleza, su fuerza y su potencia. Es necesario destruir al individuo, reciclarlo, integrarlo en una comunidad. Así, reducido a la mínima expresión, la comunidad aparece ante él como salvadora, como dadora de sentido. Por tanto, entra en ella el sujeto contrayendo una deuda desde el inicio de su relación. Perverso inicio. Aquello que te reduce hasta casi la destrucción te da lo que previamente te ha quitado a cambio de tu entrega total. Así, la sociedad que ha usurpado tu individualidad la hace suya. Lo mismo hace con las individualidades de todos los demás. Y con la suma de todas genera una unidad que reivindica constantemente. De esta forma, los que conseguimos despertar del sueño hipnótico en el que estamos sumidos y reclamamos nuestra individualidad, los que pedimos a la sociedad que nos la devuelva, nos convertimos en enemigos a batir, pues atentamos contra la unidad sacrosanta del grupo. A lo largo de la Historia todas las políticas han perseguido este mismo fin: convertir al individuo en un sujeto. Hacerle valer casi cero. Reducirle. Una vez conseguido, hay que crear paradigmas. Héroes. Figuras emblemáticas que resuman y representen los universales que hacen diferente el corpus social que habitan de los otros corpus que los rodean. Figuras que otorgan el elemento diferencial. Mitologías que dan lustre a la sociedad y que alumbran auxiliares a su servicio, en forma de Sacerdotes, Ministros, Militantes, Directores, Empresarios,...
División artificial en clases una vez conseguida la uniformidad. Triunfo de la ideología de la división que supone y presagia la ausencia de unidad y homogeneidad en la especie humana. De ahí la creación de barreras infranqueables de entrada y de salida entre clases. Sumisión a tu categoría para toda la eternidad. Proletario o capitalista. Y en medio, algo con que graduar la jerarquía: homosexual, masón, laico, opositor, resistente, comunista, libertario,... Y luego están los vigilantes, la jerarquía intermedia entre la masa y la élite. Como modo único de relación entre ellos, el sometimiento, la sumisión, Darwin. El más fuerte somete al débil. El más astuto, el más bribón, el más hipócrita, pone al otro de rodillas. A sus pies.
Para conseguir estos fines, señores dirigentes de la cosa laboral de este gobierno del PP, el mejor medio (la historia dice lo contrario, pero ustedes, analfabetos proteicos, van a repetir los errores) es envilecer, humillar, transformar, marcar y producir una diferencia, animalizar. Y encuentro poca diferencia entre el escenario que su nueva ley crea y un campo de concentración (entiendo, actualmente, como tal, cualquier espacio consagrado al dolor: fábricas, empresas y otros lugares organizados y gestionados por el capitalismo). Si el campo de concentración es la expresión máxima de lo político legitimando la sumisión de una categoría de hombres a otra, es decir, de la creación de nuevos señores y nuevos esclavos, con su nuevo reglamento laboral, señores del PP, marionetas del capital, ustedes han dado carta de libertad a la nueva generación de campos de concentración. A partir de ayer pobres, parados y proletarios nos asemejamos más y más al deportado en la privación, la miseria y la ausencia de futuro. Estamos condenados a la repetición sin fin de las pautas que marcan el empleo del tiempo durante toda la jornada: levantarse, trabajar, sufrir, padecer, someterse a los ritmos y las cadencias impuestos por otros, comidas miserables, salud precaria, esperanzas prohibidas. Los derechos, para los señores. Los deberes, para los esclavos. Inimaginable la posibilidad de invertir los papeles o de reducir la condena. Pero yo quiero advertirles, queridos y rancios próceres. Quiero avisarles... un derecho natural nominalista y libertario, hedonista, afirma la posibilidad para todo individuo de hacer todo lo necesario para vivir y, consecuentemente, para sobrevivir cuando estos dos objetivos le son denegados por la sociedad. Es la sociedad por tanto la responsable de evitar que, en virtud de ese principio, un individuo cualquiera se vea arrastrado a buscar soluciones extremas.
Pero detrás de todo esto no puede haber más que una intención oculta. Ustedes saben que privando a la masa trabajadora de medios decentes de vida y de supervivencia, privándola de una educación de calidad, atiborrándola de televisión basura para anular el pensamiento crítico, fomentando la obligación de comprar, consumir, satisfacer sus impuestos, pagar, generar en fin la dependencia física y psíquica de su sistema; incluso, rizando el rizo, extendiendo el temor a ser excluido, hacer sentir a los (por el momento) privilegiados que su suerte puede acabar, que pueden perder su estatus (miedo por su salud, su jubilación, su futuro). Así, crean más rebaño, más gregarismo. Un caldo de cultivo propicio donde, en el momento más preciso, eclosione con más fuerza y virulencia un fascismo de nuevo cuño. Formado y nutrido por amantes de sensaciones totalitarias de todo tipo. Este debe ser su objetivo, señores del PP. Un ejército de descerebrados que actúen bajo el mandato del capital, del que ustedes no son sino meras marionetas abducidas y convencidas. De ahí a elegir y señalar como objetivo a todo aquello que les pueda resultar molesto por obstaculizar sus fines (homosexuales, intelectuales, disidentes, revolucionarios,...) y volver a crear un 10 de noviembre de 1938, un amanecer negro tras una nueva "Kristallnacht", sólo hay un paso. Y ustedes están corriendo hacia él. Decidida. Ciega. Locamente.
Yo termino aquí. Dejo paso (sin su permiso) a Javier Marías. Hasta la próxima, que será muy pronto...
"[Mariano Rajoy] siempre me ha parecido un cabeza hueca. Un hombre sin ideas y desde luego sin ímpetu, sin capacidad para entusiasmar a la gente, ni siquiera para crearle ilusión y esperanza. Esto no quita para que, consciente de sus limitaciones, pueda poseer cierta astucia. La astucia clásica de las personas sin ideas consiste en hacerse la esfinge: permanecen calladas mientras los demás parlotean, se muestran enigmáticas e inescrutables, consiguen que los otros se mantengan a la expectativa de sus escasos pronunciamientos, a los que se acaba por dar valor sólo por eso, por su escasez. Siento decirlo -y con ello no insinúo en modo alguno que la política de Rajoy vaya a tener nada que ver con la de un dictador-, pero la actitud que hasta ahora está adoptando me recuerda, de lo que yo he conocido, más a la de Franco que a la de ningún otro gobernante posterior. Los jóvenes lo ignoran y los maduros lo van olvidando, pero aquel aciago individuo era así: hermético, imperturbable, cazurro, frío, taimado. Sólo hablaba en discursos memorizados, rutinarios, hueros. Lanzaba a sus ministros por delante, los hacía quemarse, los nombraba o destituía sin dignarse comunicárselo. Y, por supuesto, jamás se rebajaba a dar explicaciones a nadie, y menos que a nadie a la prensa y a los ciudadanos, que eran meros sojuzgados. Rajoy -quién si no- ha tomado ya unas cuantas medidas duras y ha incumplido no pocas de las promesas de su larguísima campaña electoral. Él, sin embargo, anda desaparecido, no ha dicho "esta boca es mía" y se lo ha dejado todo a sus subordinados, como si nada fuera con él..."