“Todos los imperativos mandan, ya hipotética, ya categóricamente. Aquéllos representan la necesidad práctica de una acción posible, como medio de conseguir otra cosa que se quiere (o que es posible que se quiera). El imperativo categórico sería el que representase una acción por sí misma, sin referencia a ningún otro fin, como objetivamente necesaria” (Kant, 2012, p. 114 [A 39])
Kant escribe sus obras hacia el fin de la Aufklärung, en una época de transición hacia el Frühromantik o primer romanticismo alemán, que eclosionará en 1794. Los Estados Unidos de Norteamérica habían declarado su independencia en 1776. Tres años más tarde de la publicación de la Fundamentación —en 1789—, tendría lugar la Revolución francesa. Sade, prisionero en La Bastilla, acaba de terminar Los 120 días de Sodoma. La Ilustración fue una consecuencia del nacimiento y éxito de la ciencia moderna en los siglos anteriores. La duda metódica cartesiana y los logros de Newton, engendraron entre la intelectualidad y los grupos sociales más relevantes (más del 70% de los europeos eran analfabetos en aquella época) una confianza y un optimismo generalizados acerca del poder de la razón humana. Se comenzó a cuestionar la relevancia de las autoridades tradicionales. “Ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. (...). ¡Sapere aude!” (Kant, 2010) Ante los temores de que los monstruos de la razón: el materialismo, el fatalismo, el ateísmo, el escepticismo, o incluso el libertinaje y el autoritarismo hicieran acto de presencia, era necesario introducir algún orden. No se trataba de revertir las creencias morales y religiosas tradicionales. Kant se lo propuso.
La idea fundamental de la filosofía de Kant es la autonomía humana. La ley moral es un destilado conceptual de todos los sentimientos morales, presentimientos e intuiciones del deber que los hombres han obedecido, de todas las reglas que sus tradiciones han configurado, que puede ser asumido por cualquier cultura y/o individuo. En la “Fundamentación...” , Kant construye un ecosistema, un territorio dominado por una ley universal que vale para toda voluntad humana, que denomina “reino de los fines”, en la medida en que todos y cada uno de los seres humanos somos legisladores de esta ley universal y además la usamos para juzgar nuestras acciones y a nosotros mismos. Pretende que, una vez precisado el principio de moralidad a través de fórmulas o leyes, cualquier voluntad humana, pertenezca a la cultura que pertenezca, debe quererlo y asumirlo.
Un imperativo es la fórmula de un mandato de la razón, que representa un principio objetivo apremiante para la voluntad. Hablamos de apremio cuando nuestra voluntad queda determinada por leyes objetivas. Para derivar las acciones a partir de las leyes es necesaria una razón. La voluntad es razón práctica. Si no fuera así, las acciones necesarias objetivamente serían subjetivamente contingentes. Nunca podremos saber si lo que quiere la voluntad no es un impulso secreto del egoísmo. La razón que necesitamos para actuar desde la ley tiene que estar libre de inclinaciones y deseos, para ser válida universalmente. Para encontrar una indicación clara de esa validez, es necesario que usemos de la filosofía práctica. Debemos cerciorarnos de que hemos despejado a la voluntad de cualquier traza de inclinación o deseo, de cualquier supeditación a ellos. Debemos asegurarnos de que la voluntad prevalece sobre las desviaciones del ego: entonces podrá ser respetada y obedecida: será un mandato, y su fórmula un imperativo.
Los imperativos (lo veremos más adelante) quedan expresados mediante un par expositivo deber-ser, que no es sino la relación de una ley objetiva de la razón con una voluntad no determinada por leyes subjetivas (un apremio). En cualquier caso, dichos imperativos no son más que meras fórmulas que ayudan a expresar la relación de las leyes objetivas del querer en general, asumiendo la imperfección subjetiva de la voluntad humana.
Hipotéticos o Categóricos, todos mandan, por tanto. Los imperativos hipotéticos nos prescriben acciones que son necesarias para la consecución de algún fin. Todos tienen más o menos la fórmula: “Debes X si quieres Y”. El fin (Y) nos determinará si el imperativo hipotético es problemático o asertórico. “Debes dejarme aumentar la vigilancia, si quieres sentirte más seguro”: imperativo hipotético problemático. No define si el fin Y (“sentirte más seguro”) es bueno o razonable. Lo que señala es la acción o acciones necesarias para obtenerlo, las “reglas de habilidad” que nos ayudarán a alcanzarlo. Plantea una necesidad u obligación X que facilitará la consecución del fin Y (siempre contingente y subjetivo). El fin aquí determinado, “sentirse más seguro”, para el que es buena la acción “aumentar la vigilancia” es una posibilidad sin más —no es algo a lo que se tienda por naturaleza: podemos quererlo o no—. El resultado del imperativo hipotético anterior podrá ser agradable, si no nos importa perder nuestra intimidad, pero no será bueno. Bueno es una cualidad universal determinada por la razón en función de causas objetivas. Agradable lo es en función de causas subjetivas.
En el caso del imperativo hipotético asertórico, el fin es un fin real, la felicidad (según Kant), al que todos los hombres pueden tender por naturaleza. Son consejos de prudencia, pragmáticos: “modera tus pasiones si quieres ser feliz”. Pero como no todos los humanos definimos la felicidad (ni la realizamos) de la misma manera, no puede catalogarse de universal.
El imperativo categórico o apodíctico es un mandato con características suficientes para ser predicado de todos y que obra sin libertad, puesto que está determinado por su propia naturaleza. Impone un precepto de valor positivo, acorde con las cualidades que cabe atribuirle por su naturaleza y no sujeto a ninguna condición, por su propia y natural inclinación a hacer el bien. Lo que se pueda conseguir de él no importa, puesto que el ejercicio de hacer que se señala es objetivamente forzoso en sí, sin mirar objetivos ulteriores. Para Kant, es el único imperativo moral o ley. Su forma general sería “debes X”, o su negativa “no debes X”. Pero es problemático delimitar cuándo el imperativo categórico lo es de verdad, y si no estamos, siempre, ante un “hipotético camuflado” —¿existe algún imperativo categórico “puro”?—. Un mandato incondicionado como este no deja libertad a la voluntad. En su formulación contiene la ley y la necesidad de la máxima de ser conforme a esa ley. Y como la ley no contiene condición alguna que la limite, es una ley universal. Luego el imperativo categórico puede formularse siguiendo sus conocidas cuatro fórmulas. Para Kant, la moralidad y la libertad se implican recíprocamente. Actuar moralmente es ejercitar la libertad, y viceversa.
Kant ha influido considerablemente en el idealismo alemán de finales del XVIII de Fichte, Schelling y Hegel. En las filosofías del XIX, como reacción a los idealismos, rastreamos su influencia en el positivismo, marxismo, vitalismo, existencialismo. Y en la filosofía contemporánea, John Rawls ha denominado a una etapa del desarrollo de su teoría «constructivismo kantiano». Su concepción de principios éticos a la hora de evaluar moralmente a una persona y el respeto kantiano por su libertad y dignidad supone una dificultad: de seguir absolutamente sus tesis, toda persona podría decir que intentó obrar éticamente, pero que “el azar” no le permitió concluir. Problema no resuelto aún de subjetividad a pesar de los intentos universalistas. Las intenciones están ocultas y para los demás es difícil acceder al individuo: siempre queda la sospecha de si una persona es o no virtuosa.
En la Escuela de Frankfurt, las debacles socialistas post-revolucionarias y la barbarie nazi quebraron la confianza en la razón humana y expulsaron el optimismo racionalista ilustrado. El resurgimiento de los movimientos sociales y de una emancipatoria visión marxista de la historia motivó su revisión desde un criticismo kantiano, previendo y alertando sobre los fracasos del socialismo real y moderando su alcance “revolucionario”. El individuo no podía desaparecer en la masa, en el “pueblo”, en el “partido” ni bajo ninguna identificación alienante que lo sometiera al dictado acrítico de una mayoría, creada artificiosamente desde el poder. Adorno y Horkheimer, cuestionaron la razón instrumental desde una óptica kantiana. También Habermas desarrolló y prolongó el pensamiento de Kant, primero desde la Teoría Crítica y luego desde la razón comunicativa. Es precisamente la colonización neoliberal de este mundo por la economía y la política a su servicio, la que está poniendo en peligro la autonomía de la voluntad y la pérdida de los fines propiamente humanos. Para combatirlo, busca su apoyo en las tesis kantianas del respeto a la persona y de la consideración de fin en sí misma.
También los Derechos Humanos universales son deudores directos de Kant. En su postulación toman como centro de valor justamente ese a priori que Kant postulaba en una de las formulaciones del imperativo categórico. Kant poseía una visión de la historia amplia y con un carácter trascendente. No se puede concebir la historia —afirmaba—si no es desde el género humano.
Es ciertamente sorprendente que, siendo la idea final de la Crítica de la razón pura la imposibilidad de la metafísica, el propósito de Kant en esta “Fundamentación” sea recuperar nuevamente la metafísica desde la moral. Una metafísica que venía siendo cuestionada desde los sofistas, los nominalistas y los empiristas. Si Dios, alma y mundo son ideas de la razón a las que la experiencia no puede proporcionar un contenido adecuado, si simplemente expresan puntos de vista, ¿por qué volver a la carga en la Fundamentación usando esta vez la moral para recuperar la metafísica?.
Se nos presenta aquí la moral como un hecho incuestionable, cuya esencia y contenido remiten al mundo suprasensible y a su filosofía, justificando (fundamentando) esa condición. Considera que siempre ha existido la moral como sentido del deber, de modo que la humanidad siempre ha sido consciente de ello. Por tanto, la moral es una realidad indiscutible. En mi opinión, fundamentar las costumbres desde la metafísica es girar alrededor de la moral dominante, sin cuestionarla, evitando la pregunta filosófica real: la moral como un problema en sí misma. Estamos en el año 1785: se ha reformado el Código Carolino, que liberaliza la trata de esclavos (y prohíbe, magnánimo, el carimbo —el hierro para marcarlos—), el genocidio de los nativos americanos sigue su curso, se acaban de tomar medidas legales para impedir la lectura y la difusión de la Enciclopedia en España, acaba de terminar la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, escenario de tantas barbaridades,... ¿No era oportuno preguntarse por la procedencia de la moral que había permitido todo eso?, ¿por su naturaleza?, ¿por su valor?. ¿No era pertinente analizar el problema mismo de la moral?.
Kant falta a la voluntad de independencia que se espera de todo filósofo. Fundamentar la moral existente desde el final de la Ilustración y reforzarla conciliándola con la razón sin cuestionarla no nos aleja del horror. No se puede seguir admitiendo ese dogma de “la moral inscrita en el alma humana”. Hay que ir más allá. Es imperativo abordar la moral como un constructo humano más, como la música o la literatura.
En la Conclusión de su “Crítica de la razón práctica”, en el famoso párrafo “Dos cosas llenan el ánimo de admiración...”, al aclarar el segundo punto “...y la ley moral en mí”, primero dice “Ambas cosas no he de buscarlas y (...) conjeturarlas (...); ante mí las veo y las enlazo inmediatamente con la consciencia de mi existencia”. Y concluye, más adelante, “(...) la ley moral me descubre una vida independiente de la animalidad y aun de todo el mundo sensible (...)” (Kant, 1995, p. 239)
En los estudios y textos antropológicos aprendemos que no existe una moral metafísica, única y universal, igual para todos. Que han existido y existen tantas sociedades y culturas como morales se han desarrollado, evolucionado y llegado hasta el día de hoy. Por tanto, se infiere que no es la moral la que hace al hombre, sino al revés. Todas y cada una de esas morales han contribuido a configurar y desarrollar sociedades e individuos, que se han educado en ellas. Y pueden haberles servido para elevar su existencia o para debilitarles hasta hacerles desaparecer.
A través de su doctrina moral, la concepción metafísica kantiana del ser humano se reduce a un compuesto de materia y espíritu en permanente conflicto entre sí. Como el sentido de su moral es el de otorgar al ser humano su dignidad como persona para así distinguirle del simple animal, la clave de su doctrina moral es someter mediante la razón a los impulsos de nuestra parte sensible. Así aparecen esas máximas racionales, que van en contra de nuestros deseos, apetitos, impulsos... (nuestra parte animal, diría él). “(...) la ley moral me descubre una vida independiente de la animalidad y aun de todo el mundo sensible (...)”. Pero es que el hombre es un animal. Más evolucionado, pero un animal. Y como tal no lleva en su interior una ley moral suprasensible puesta ahí por un dios creador. Somos producto del acaecer. Somos históricos. Por tanto, si pensamos al ser humano fuera de la metafísica, lo vemos como una unidad, no como una dualidad cuerpo-alma, materia-espíritu, razón-sensibilidad: el espíritu, el alma, la razón, el yo, la conciencia, no son cosas separadas del cuerpo, sino aspectos del ser humano concebido como un todo organizado de la misma realidad de la que está constituido el universo.
¿Dónde está en Kant lo inconsciente? Aparece como determinación negativa que debe ser rechazada y combatida. La ley moral prescribe la renuncia del individuo a sus impulsos sensibles para determinarse única y exclusivamente por lo que dice su razón. El futuro de la psicología. Como ya dije más arriba, cuestiono la validez del imperativo categórico: es problemático delimitar si el imperativo categórico lo es de verdad alguna vez, si no estamos siempre ante un imperativo hipotético “camuflado”, en el que el miedo es el polo del “ser” en el binomio deber-ser. Más bien parece que la moral, la cultura y la superación de lo animal en la historia de las sociedades ha consistido en reprimir para modelar el caos de los impulsos vitales del individuo. Cualquier civilización humana es una ruptura con la naturaleza en algún momento de su devenir histórico. Por tanto, la moral no es sino la reordenación de las pulsiones de los individuos y de sus instintos, en función de una voluntad coercitiva externa prolongada: el obedecer durante mucho tiempo y en una única dirección: con esto se obtiene y se ha obtenido siempre, a la larga, la virtud que ellos definen.
Miedo y crueldad son el padre y la madre de la moral.