Ayer asistí a la ceremonia del desconcierto y la ignorancia. Del desconcierto en el planteamiento de la obra, ya desde su descripción en el programa. Declaraban en éste su pretensión de ser un poelab que relacionara “los significados del fuego con las nociones de poesía y verdad”, y que explorara “los significados de los textos más significativos” del Zaratustra nietzscheano.
También nos intentaban explicar en el programa (confundir, afirmo yo) la biografía de Zoroastro y su uso por parte de Nietzsche para crear su obra, personificando la figura del mensajero que destruye su propia cultura, considerado culpable de la conversión de pueblos del Medio Oriente del politeísmo al monoteísmo, siendo ésta la razón —atentado filosófico— de que el autor planteara la superación de aquellas conversiones con la muerte de Dios para que, posteriormente, el hombre se hiciese libre a sí mismo. Heroica empresa, pensé. Y ya desde el planteamiento inicial errónea, a mi entender. Y para salir de dudas, a asistir a ella me dispuse.
Empieza el evento con una presentación breve y ya plagada de equívocos, en la que @musaalas9 comenta el Zaratustra desde la opinión de la hermana de Nietzsche, la antisemita y filonazi Elisabeth Förster Nietzsche. Mal comienzo. Ella, la distorsionadora de la filosofía de su hermano, que aprovechó su enfermedad para hacer un collage intencional que llamó “La voluntad de poder”, plagado de interpolaciones y desviaciones tendentes a justificar la violencia política del nazismo. Ella que expurgó el archivo de su hermano e hizo desaparecer a Max Stirner o a Dostoyevski, o a Mainländer. Buen apoyo para comenzar la velada, vive —muere— Dios.
Empieza el evento con una presentación breve y ya plagada de equívocos, en la que @musaalas9 comenta el Zaratustra desde la opinión de la hermana de Nietzsche, la antisemita y filonazi Elisabeth Förster Nietzsche. Mal comienzo. Ella, la distorsionadora de la filosofía de su hermano, que aprovechó su enfermedad para hacer un collage intencional que llamó “La voluntad de poder”, plagado de interpolaciones y desviaciones tendentes a justificar la violencia política del nazismo. Ella que expurgó el archivo de su hermano e hizo desaparecer a Max Stirner o a Dostoyevski, o a Mainländer. Buen apoyo para comenzar la velada, vive —muere— Dios.
Y comenzó propiamente el evento. Sin menciones a Nietzsche, pero con un repaso extenso a la Wikipedia, entrada Zoroastro. Segundo error. A nadie debería importarle la figura histórica de Zaratustra. En su obra, Nietzsche era Zaratustra y Zaratustra era su alter ego, pero nunca sostuvo ningún vínculo en sus escritos con ninguna de las teorías del profeta iraní. Así, las andanzas del personaje histórico de poco iban a valer para lo que habían prometido como columna vertebral de la representación.
A partir de ahí, la catástrofe anunciada se hizo realidad.
Mucho efectismo en la puesta en escena. Escenario sumido en la sombra. Gran pantalla con águila mesopotámica de alas desplegadas, logotipo que lucirían en sus camisetas los actores en escena (patrocina @energiaEDP, se nota que hay pasta), piano, oboe. Suena Strauss: Also spräch Zarathustra, y, de repente, se cuelan las notas del himno del PP, acompañando una mordaz alusión a la situación político-electoral de este país.
A partir de ahí, se destapó el frasco de las esencias. Chistes que pretendían ser ingeniosos —todos relativos a lo mismo— alternados con frases extraídas del Zaratustra nietzscheano pasadas por el tamiz de Twitter , que reflejaban el intenso estudio de la obra del filósofo.
Pero no todo vale. Esa insistencia en la broma que pretende ser irónica hace que se transforme en sarcasmo ramplón y huero. Cansino por lo repetitivo. Y utilizar Zaratustra como vehículo para el desahogo politiquero-sarcástico evidencia un desconocimiento profundo de lo que Zaratustra es y significa. Toneladas de sarcasmo, alegremente recibidas por el —poco— respetable, y cero ironía. Y la ironía es al sarcasmo lo que un suspiro a un eructo.
Vehicular la crítica política y social de manera inteligente puede verse en la estupenda adaptación (a cargo de Miguel del Arco y Antonio Rojano) e interpretación (a cargo de Israel Elejalde) que en estos días se está llevando a cabo del clásico shakesperiano Ricardo III. En ella, el texto deviene en un ritmo sabio y pausado en puntadas irónicas que juegan con la perspicacia del espectador y le dejan elaborar, sin presiones, el final del chascarrillo, dibujando una sonrisa cómplice y maliciosa en su cara. Nada que ver con la machacona insistencia (esos powerpoints que marcan la carcajada ignorante e inocente del —ya nada— respetable, y un humor plano, más propio de José Mota) con la que Gonzalo Escarpa, Pablo Jara, Maria Lindo y Eulàlia Ramón luchaban por arrancar risas borreguiles al auditorio.
Y uno, filósofo a su pesar, se queda esperando a que aparezca, en algún momento, el pensamiento del eterno retorno que lleve a su consumación el nihilismo (ese sí, un mal de nuestro mundo hoy en día). Esa apelación a la felicidad plena, posible en un mundo en el que el tiempo fuera griego, no cristiano. Si fuera circular, todos seríamos mejores, la metafísica sería una gran mentira, la moral cristiana se descubriría como la farsa que es. Por ello Zaratustra/Nietzsche quiere y postula el eterno retorno de lo mismo. Pero de eso, ay, no se habló ayer.
Tampoco nos dijeron (o sí, puede que me hubiera dormido) nada del canto “De la visión y del enigma”, donde se nos muestra el camino para superar ese nihilismo y dar paso al über; a ese más allá del hombre. Ese nuevo modo de ser y de existir que (ya que se habían propuesto politizar socarronamente el evento) podría sacarnos del atolladero político/social en el que nos encontramos.
¿Y la transvaloración, ese acontecimiento resultado del triunfo de la voluntad de poder que implicaría reorientar el curso de nuestra historia patria en una dirección distinta a la que los ineptos políticos que viven de nosotros le han dado? ¿Alguien ayer oyó algo relacionado con ello?
Ayer no hubo Nietzsche. Ayer no hubo nada. Mucha cara dura detrás de grandes nombres. Escondida en un rincón de un evento muy digno, que trata de expandir la bendición de la poesía. ¿Por qué a nadie se le habrá ocurrido rescatar al Nietzsche poeta? Porque existe. Y merecería la pena el esfuerzo de conocerle y comprenderle.
Lo lastimoso fue escuchar los aplausos, casi enfervorecidos, mientras abandonaba presuroso la escena del crimen. No podía evitar sentir lástima por la deriva que todo está tomando en esta sociedad. En este mundo.
En algún momento después de la actuación, alguien debió darse cuenta de la fechoría que habían perpetrado. En un Twitter redactado en la madrugada, @musaalas9 recalificó lo sucedido como “farsa para reflexionar sobre la democracia y la próxima repetición de elecciones”.
Pues ni eso. Aristóteles, en su Poética, nos dejó dicho que “es necesario que las fábulas bien construidas no comiencen por cualquier punto ni terminen en otro cualquiera, sino que expongan ordenadamente una acción completa y entera, comenzando por el principio y terminando por el fin. La belleza consiste en magnitud y orden”.
Ya termino. Nietzsche es una montaña. Muy escarpada. Y para escalarla hay que estar entrenado. Preparado. La abundancia de logotipos en la indumentaria y un gran despliegue de medios no asegura hacer cumbre. Como pudimos ver ayer.
Larga vida al conocimiento.