Y eso fueron. Y eso son. Lágrimas. Amargas. ¿Quo vadis, Rakel Camacho? De aquella "Coronada y el toro" que me alucinó en 2023 (el mejor espectáculo de aquella temporada) a este despropósito, hay un despeñamiento extraño.
Una de las razones (y no la única) es el elenco. Otra, el espacio escénico. Otra, el vestuario. Y qué no decir del movimiento sobre las tablas... Ana Torrent no es Margit Carstensen, Ana Garrido no es Hanna Schygulla, y nadie es nadie aquí (salvo, quizás, Julia Monje como Marlene, si dejara de cantar). Qué oportunidad perdida para reflexionar sobre la naturaleza del poder, de la dominación, la alienación, la construcción de la identidad... Hasta Antonio Rojano yerra en su texto, que acompaña al programa de mano, hablando del "amor romántico" como instrumento de represión social: no hay en esta obra referencia alguna a ese amor. Todos los personajes están atravesados por intenciones aviesas y usan del "amor" (¡no romántico!) como arma de dominación. Y lo más triste, una vez más, fue observar cómo el "cada vez menos" respetable se enredó en un aplauso entusiasta y excesivo...
Algo nos está pasando. Estamos enfermos de acriticidad y de incultura. ¿Alguien se prepara para asistir a un concierto, a un cine, a un teatro, a una conferencia? ¿Existe una sólida cultura teatral en la sociedad? ¿O asistimos a estos eventos para ver a la actriz que conocimos en su día con Amenábar? ¿O es que "epater le bourgeoise" el lunes en la oficina es la meta final? Seguir aplaudiendo el error nos alejará del teatro de calidad. Por mi parte, cada vez estoy más cerca del Off. Cada vez más cerca de la verdad.
En cuanto al texto, y como ejes temáticos de la obra, cabe resaltar, en primer lugar, la naturaleza del poder y la dominación. Se percibe la dinámica de poder entre Petra y sus amantes, Marlene y Karin. Ya desde Foucault pensamos el poder como una fuerza represiva que se ejerce e incorpora a través de las interacciones y los discursos de quienes lo ejercen y quienes lo soportan. Petra ejerce sobre Marlene un poder emocional y económico, sobre su madre un poder económico, mientras que Karin ejerce el poder de la emoción sobre Petra; Petra soporta a Sidonie porque ella le paga con admiración... ¿quién es aquí el poderoso?. Es el poder fluyendo y transformándose dentro de la relación. Manipulación emocional, regalos como forma de control, necesidad de ser admirada... son todas ellas manifestaciones del ejercicio del poder. De ahí la pasividad de Marlene y la aparente frialdad de Karin, como micro-resistencias a ese poder.
En segundo lugar, trata del amor, del deseo y de la alienación. La complejidad de las relaciones y su dolor nos hace reflexionar sobre la naturaleza del amor y del deseo. Desde Lacan, vemos que en el deseo existe una falta inherente (Platón nos dijo que necesitamos completarnos a través del otro -a menudo de forma fallida-). Y Simone de Beauvoir nos hizo reflexionar sobre cómo modelan las relaciones las expectativas que del otro tenemos (incluso desde su género): la construcción social del amor. Y Sartre y Camus nos informan de la alienación existencial, que percibimos en la soledad y el aislamiento de Petra, más llamativa si cabe en medio de la vorágine de sus relaciones. Petra idealiza a Karin, y se decepciona y sufre, llevada por la naturaleza ilusoria del deseo. Es incapaz de establecer una conexión genuina y recíproca con sus amantes. Por ello está sola.
Como tercer eje de reflexión, la construcción de la identidad y del género. La autorepresentación de Petra como una mujer fuerte y exitosa en el ámbito profesional, pero vulnerable y dependiente en el plano personal, cuestiona las construcciones tradicionales de la feminidad. La ausencia de figuras masculinas significativas en la obra propicia una dinámica entre mujeres interpretable, si hubiera espacio y tiempo, a la luz de las teorías de género. La identidad de Petra se construye a través del vestuario, la escenografía y los diálogos. A lo largo de la obra se va transformando desde una figura dominante hasta una mujer derrotada. La identidad es fluida y frágil.
Cuarto eje, la Realidad y la Representación. La ambientación claustrofóbica, la intensidad creciente de las emociones, el espacio único, la concentración en los diálogos, todo ello debería contribuir a crear en nosotros, espectadores, la sensación de estar presenciando el drama más íntimo. Pero Ana Torrent no es, no puede ser Petra. Está falta de registros. Su expresividad es algo más que contenida, derivando en una carencia de dinamismo y emotividad que desesperan, ante el aluvión de sentimientos que se están desplegando en el escenario. No abandonar nunca el registro, en el que tan bien se ha desenvuelto siempre, de personaje enigmático, ausente, obsesionado y apagado, incluso en los momentos de intimidad, cuando Petra se está deshaciendo, no contribuye a alimentar la tragedia de su representación. En cuanto a Ana Garrido, en su rol de Karin Thimm, no se termina de creer nunca su ascendencia barriobajera y nos deja en un limbo de pija de barrio aledaño a Salamanca que frecuenta Lavapiés porque es guay, y que confunde la percepción que en nosotros debe generar la devoción que hacia ella siente Petra, ese abismo nietzscheano al que se asoma y en el que queda atrapada. Julia Monje, como la amante, esclava sexual y sirvienta doméstica Marlene, es la que mejor desarrolla su personaje. Gran gestualidad y mejor movimiento en escena. Gracias a ella descubrimos a Petra, perdida en manejar su complicado vestuario, su posición en escena, sus pasos inseguros en esas rampas diabólicas que Luis Crespo les ha puesto, ese corpiño desajustado, los strass de perlas desbocados, asir esas cabezas que quieren simular copas y que no ayudan nada a la expresividad gestual... Celia Freijeiro hace de Sidonie, que hace lo que puede,y puede poco, para salvar el desastre escénico y la escasa oportunidad que se le da para ilustrar el rebaño que adula y empodera a Petra.
A pesar de todo ello, el público se vio imbuido de un arrebato de entusiasmo en el momento del telón y prorrumpió en aplausos de excesiva duración, lo que obligó a las actrices a comparecer más veces de las que hubiera sido razonable. Crei ver el desconcierto en sus caras (o quizás era un reflejo del mío). Algo ocurre en esta sociedad. Algo está pasando.