Four Hands (Año 2001)
Políptico de vídeo en blanco y negro en cuatro pantallas planas de cristal líquido montadas en un estante22,9 x 129,5 x 20,3 cmEn bucleIntérpretes: Blake Viola, Kira Perov, Bill Viola, Lois StarkCuatro pequeñas pantallas planas montadas sobre un estate muestran cuatro pares de manos en movimiento. Filmadas con una cámara de blanco y negro que detecta bajos niveles de luz, las manos de un niño, un hombre y una mujer de mediana edad y una anciana aparecen como si formaran, lenta y deliberadamente, una serie de gestos predeterminados. Los gestos resultan conocidos y extraños a la vez, por la influencia de diferentes fuentes, desde los mudras budistas hasta ilustraciones inglesas de quirología del siglo XVII. Los movimientos simbólicos de tres generaciones de manos —hijo, padre y madre, abuela— describen una cronología que abarca las acciones paralelas de las personas en el momento presente así como el devenir más amplio de las distintas etapas de la vida humana.
Hay un humanismo profundamente arraigado en esta obra. Las imágenes de las manos provocan una respuesta inmediata y emocional en el espectador. Y un diálogo conceptual. Una reflexión sobre el lenguaje y la comunicación. Un lenguaje de gestos con las manos que también es cultural. Y una narrativa detrás de cada uno de los pares de manos en la exhibición; lo que las manos construyeron o hicieron en sus vidas; lo que rompieron o repararon.
Otra reflexión íntima y simbólica sobre los misterios de nuestros orígenes y el ciclo de la vida. En este trabajo, cuatro pares de manos, las de un niño pequeño (Blake Viola), las de una mujer de mediana edad (Kira Perov), un hombre (el propio Bill Viola), y las de una mujer mayor (Lois Stark), realizan una serie de gestos influidos por mudras budistas y antiguas tablas quirológicas inglesas. Cuenta la tradición que Aristóteles encontró en un templo dedicado a Hermes un tratado en letras de oro sobre el estudio de las manos, que regaló posteriormente a Alejandro Magno. En la obra de Viola, la idea del paso del tiempo en relación con el cuerpo, no es solo la expresión de la decadencia física y mental, sino también la expresión del alma y las pasiones.
Además, son manos mostrando una experiencia fundamental, que cada uno de nosotros percibimos en nuestra mismidad, en lo que se conoce como intimidad epistémica. Estamos viendo fuera de nosotros la experiencia de la carne de esas manos, que han sido, están siendo, o serán, las nuestras. Vemos nuestra propia carne. Sentimos nuestra manos mientras vemos el movimiento en cada una de las cuatro pantallas. Y esas manos sentidas, las nuestras, las vivimos en esa intimidad epistémica.
Dos manos que se tocan. Ocho manos que se tocan. Cuatro yoes. Cada uno tocando su mano. Dos lados de la experiencia. La mano que toco y la mano que toca. La mano que toco siente el tacto y la mano que toca siente el tacto. Cuatro posibilidades: cada mano es la que toca y la tocada, en cada una de ellas. Por cuatro veces que se produce la acción, en manos que reflejan un momento del tiempo de la vida de un ser humano. Situación compleja basada en el privilegio del cuerpo de poder percibir y percibirse.
Al tocarme, la sensación que se produce tiene dos caras. Por un lado, con esa sensación tengo experiencia de la mano tocada (pongamos mi mano izquierda). Pero basta cambiar la dirección de la atención y la sensación pertenecería entonces a la mano derecha, que es la que siente. Esa sensación me da la realidad de mi mano que toca. Como esa sensación está localizada en la mano derecha, se puede llamar ubiestesia, sensación en un lugar, sensación localizada. Todo nuestro cuerpo, nuestra piel, es el lugar de las sensaciones localizadas, que son todas las del tacto.
Además, hay otras sensaciones, las que sentimos al movernos, las cinestésicas. Y las que responden a los movimientos de inhibición o sobresalto, de bienestar o malestar, dolor o placer, todo un conjunto de sensaciones que nos afectan interiormente: las cenestésicas [1]. Por todo este conjunto de sensaciones se nos da a conocer o a vivir nuestro cuerpo, nuestra carne, que es el conjunto de todas estas sensaciones.
Hay una diferencia muy notable entre la forma en que se me da mi carne y la forma en que se me da una cosa. La cosa se me da en varias perspectivas que yo puedo cambiar, habiendo una distinción entre el modo en que se me da esa cosa y la misma cosa. En la carne no hay esa diferencia. Las ubiestesias son la forma en que la carne es y se hace presente. En realidad, toda sensación es una ubiestesia, aunque las sensaciones cinestésicas y cenestésicas no estén tan claramente localizadas como las del tacto directo. En la forma de darse las cosas hay una referencia de cada uno de los modos de presentarse las cosas a la unidad de esta, que ha tenido que ser previamente constituida. En la presentación de mi carne, esta se manifiesta de modo directo en sus sensaciones. Husserl habla en este caso, no de una constitución, sino de que la carne se manifiesta directamente, porque está constituida por ese conjunto de sensaciones.
He aquí la diferencia esencial entre el tacto y la vista. En esta no hay sensaciones localizadas. La vista no nos da nuestra carne, al no poder ver que soy visto. Un sujeto, dice Husserl, cuyo único sentido fuera la visión, “no podría tener un cuerpo vivido aparente en absoluto”. No tendría cuerpo vivido, por más que viera su cuerpo físico. Pero por la experiencia ubiestésica de que al cerrar los ojos desaparece el mundo, la visión queda atribuida indirectamente a los ojos, de los cuales también tengo experiencia táctil. Así mi cuerpo se enriquece también con la atribución de todo el campo de la experiencia visual y auditiva.