No es otro el propósito de este ensayo —y de los sucesivos que aparecerán con el epígrafe Lo Dandi— que el de reemplazar la noción tradicional de «el Dandismo», vulgarmente concebida como categoría menor de la historia, anecdótica y restringida de forma inexacta al ámbito de la «elegancia», por la nueva de lo Dandi, y elevar ésta a condición estética, descubriendo y razonando que se ha tratado siempre de esa «constante histórica» que, a lo largo del devenir del mundo, se ha opuesto a «lo vulgar», a lo burgués, a lo filisteo. A lo largo de sus páginas, además de someter al fenómeno a un análisis estético, lo abordaremos también desde lo ético (dice Wittgenstein que «ética y estética son Uno»), desde ese prisma de la trascendentalidad de la ética de lo Dandi, que remite a un tipo de sujeto que no está más allá de los límites del mundo, sino que se determina a sí mismo como «un límite del mundo». Lo trascendental es, por tanto, el límite, y el Dandi como «sujeto» de ese límite, o «sujetado» a dicho límite. Ética y estética son lo mismo, y su diferencia es muy sutil. Schiller, en el prólogo de su Wallensteins Lager diría «Seria es la vida, alegre el arte». El Dandi sería, por tanto, el objeto visto sub especie aeternitatis.
Lo Dandi, por consiguiente, debe ser entendido como expresión de una cierta actitud del hombre ante la vida, que cabe reconocer en múltiples manifestaciones, tanto del cuerpo como del espíritu, o de lo artístico, que aparece de forma recurrente en ciertas etapas de la historia de la humanidad. Lo Dandi designa aquella actitud del espíritu que se presenta de forma elegante como unidad de opuestos, tesis y antítesis de sí mismo, obra inigualable de un refinamiento salvaje, cuya ferocidad se confunde con su dulzura. Su antagonista, «lo vulgar-burgués», es aquella otra actitud que conculca lo inconsciente bajo los objetivos de la productividad. Las «formas que vuelan» frente a las «formas que pesan». Lo Dandi es amplio, omniabarcante, adaptado al presente, radicalmente opuesto a ese otro dandismo con el que nos han atiborrado los amigos de lo banal, de lo fácil, de lo mercantil; ese dandismo erróneo, superficial, preñado de estereotipos y marcado —irónicamente— por lo neoliberal, con ese aroma putrefacto a capitalismo tardío. Lo Dandi, amplio, alberga a la mujer y la entiende parte irremisible e irrenunciable de su esencia. Aunque dejo ya abierto el debate —que abordaré más adelante— sobre el género en lo Dandi, de aquí en adelante huelga la explicación, siempre farragosa, de que hombre, en masculino, es género no marcado que servirá para designar a los individuos del sexo masculino y a toda la especie sin distinción de sexos. Es una recomendación de la RAE cuando el contexto es suficientemente explícito para abarcar a los individuos de uno y otro sexo. El autor, conocedor del documento de la Universidad del País Vasco, elaborado por June Fernández Casete (2018), que recomienda «prestar atención a las expresiones y usos que reflejan el racismo, el heterosexismo, la transfobia o el capacitismo», se declara incapaz de expresar en el presente ensayo un lenguaje que, de forma correcta, deje atrás el binarismo y reconozca que las personas no son hombres o mujeres. No porque no esté de acuerdo en la necesidad de corregir esa norma —que lo está—, sino porque le faltan recursos para hacerlo de forma correcta.
De la misma forma alberga lo Dandi a lo queer. Y también, sacudiéndose el corsé de sus raíces anglo-francesas, se busca, se encuentra y se reconoce fuera de la rancia Europa. Renuente a las sacudidas del desalmado «progreso», tal y como lo estamos sufriendo, lo Dandi tiene la pretensión de ser el grito último, irrepetible, que nos avise, anticipe y prevenga de ese futuro que tan vulgar se adivina.
Como autor, admito una auténtica fascinación ante lo Dandi, embajada secreta de la pantomima o la farsa, que surge siempre cuando la utopía ya no es posible. Poderosísimo y, a la par, débil portador de un mensaje intraducible y centelleante, que recorre fieramente su parábola de estrella fugaz, consciente del hecho de que ésta —la fugacidad— es la única forma posible de esa ek-sistencia heideggeriana que se presenta en él como la noción que debe reemplazar la anterior interpretación del ser como efectividad, como resultado. La ek-sistencia del dandi le pertenece sólo a él, y se entiende como el «estar en el “claro del ser” (Lichtung)». Ese Lichtung que es aletheia —des-ocultamiento—, y su contrario —ocultamiento—. El meollo de la creación artística. Lo Dandi es lo que encontramos cuando una puerta se abre como ese claro en el bosque donde puede suceder algo. Eso que sucede, lo Dandi, es la experiencia estética, un acceso a un espacio-tiempo, a un desocultamiento del ser estético. La verdad que esgrime el dandi opera como un proceso de apertura o desvelamiento. Desde la ontología, el origen del dandi es la verdad. El dandi es esa aletheia por la que la fuga es interrumpida. Personifica esa experiencia griega de la verdad completamente gobernada por el sentimiento trágico del ser humano, que se ha rendido a la evidencia de que todo lo que sabe o cree saber es vacilante, siempre a punto de escapársele, pero para quien, de cuando en cuando —cuando irrumpe la figura del dandi— esa fuga de su saber es trabada. En ese instante, en el lapso de un rayo —el rayo-lógos de Heráclito—, el dandi hace frente a lo que es: una verdad que aparece para desaparecer enseguida. Y que deslumbra. Por ello es una obra de arte: porque solo así —como ese elegante dispositivo de almacenamiento que es— será guardada esa verdad en la memoria. El dandi es uno de aquellos ángeles de la Kabbalah a los que se refería W. Benjamin (2009):
Dios crea a cada instante un número indeterminado de nuevos ángeles, cada uno de ellos destinado a cantar sólo por un instante sus loas ante el trono, para inmediatamente disolverse en la nada..