Al ir, en su análisis, más allá de las prácticas artísticas tradicionales y ampliar el rango de objetos disciplinares dignos de estudio a aquellos que no se ajustan al canon, admitiendo dentro de ellos la experiencia estética de lo Dandi, parece que la Estética Modal (Claramonte, 2016) se configura como una herramienta idónea para abordar el conocimiento de nuestro objeto de estudio, sus modos de organización y de ser, sus éticas y sus inserciones en los «complexos»[1] en los que actúa. Será necesario entonces, para analizar lo Dandi desde esa Estética Modal, que nos detengamos especialmente en sus patrones, esas estructuras relacionales que se repiten a lo largo de su historia —que pretendo ligar a la historia de la cultura occidental, como una de las tesis principales del presente ensayo—, y que resultan generativas en cada uno de los complexos en los que se organizan sus conductas, sus ontologías y esos mismos paisajes que mencionaba. Se trata de poner a trabajar la matriz relacional que articula lo Dandi en todos los contextos, por muy diferentes que puedan ser.
Por tanto, este análisis modal de lo Dandi tiene forzosamente que estudiar el «paisaje» como campo de desarrollo —y, ya lo veremos, sobre todo de conflicto— de «repertorios»[2] y competencias. Tendremos que destripar[3] esos repertorios, enterarnos de cómo y cuáles son esas competencias que les distinguen y contrastarlos contra los complexos en los que surgen. Veremos cómo siempre, indefectiblemente, el dandi sale vencido. Cómo se desacopla. Cómo sus competencias resultan insuficientes o inútiles. Daremos cuenta de cómo están compuestos los repertorios con los que se acoplan, veremos las competencias de las que están dotados e investigaremos los paisajes en los que surgen, comprobando cuáles operan a su favor y cuáles en su contra de como configuración modal. Desde este tipo de análisis, Lo Dandi se considera un «modo de relación», es decir, una forma concreta de articular el repertorio que le es propio con sus disposiciones, desplegado de manera conflictiva en un complexo. Lo Dandi es a la vez campo de batalla y recurso movilizado dentro de ese campo de batalla, con el objetivo de organizar su vida, obtener una autonomía que configura para servir tanto a sus lenguajes artísticos como a sus modos de organización. Para ser un modo de relación competente y potente, lo Dandi debe albergar un repertorio coherente y estable, sus disposiciones deben abrirse a la experimentación y el juego, y ha de comparecer en su mundo con una forma particular de presentarse en él y de transformarlo. Lo que se conoce como sus categorías modales (repertorial, disposicional y de paisaje), que nos servirán para acercarnos críticamente a ellos.
Lo Dandi puede ser explicado en función de los equilibrios entre sus repertorios y sus disposiciones, tramados en su tiempo y su espacio —en su paisaje—. Vimos en el capítulo anterior cómo Trías también había llegado a este tipo de análisis en su Lógica del límite, con la diferencia de aplicar una concepción del tiempo revolucionaria. El cómo se organizan los repertorios y las disposiciones, da lugar a los momentos modales o situaciones de equilibrio, de orden entre la tensiones y relaciones que se establecen entre ellos. Habrá en función de ello «modos absolutos» —con unos momentos modales efectivos/inefectivos— y «modos relativos»: el repertorial —necesario/contingente—, y el disposicional —posible/imposible—. Así, en lo Dandi, hay disposiciones y repertorios exclusivos de su modo de relación, que generan repertorialidad precisamente al acoplarse entre ellos: la vestimenta, los accesorios, el ingenio... en resumen, esas tecnologías del yo que veremos en el capítulo homónimo, que se definen y se acoplan con las habilidades específicas necesarias para dotarse de sentido pleno y encajar de forma perfecta —si ello fuera posible— con el paisaje concreto en que afloran.
El drama de lo Dandi surge del choque modal, de la colisión, contra su paisaje. Un tropiezo que siempre se produce cuando, iniciado ya el proceso de cercamiento, y asediados determinados estilos de vida, formas de relación, entornos familiares... por las ansias acumulativas capitalistas, se producen fatalmente desacoplamientos súbitos que irán progresivamente minándolo, hasta acabar con él. Siempre, en los momentos en que lo Dandi hace su aparición en la historia, lo hace desacoplado. Su orden modal hegemónico se vuelve radicalmente contingente, y el repertorio de materialidades racionales que encuentra en él no le permiten ningún tipo de acoplamiento fértil con sus disposiciones e inteligencias. Lo Dandi es un modo de relación débil, sin integridad, sin competencias apreciadas por lo dominante, burgués o capitalista, pero que es repertorialmente potente (necesario) y por ello, su logos es el del rayo heraclíteo: brilla con una luz cegadora, con la luz de una perseida en la noche oscura; un modo de relación que se sabe condenado a desaparecer en la estructurada sociedad capitalista, compuesta por enanos que, lejos de las utopías del liberalismo, impedirán el libre desarrollo de los individuos, y le querrán dependiente, en un sumatorio vejador de sus incompetencias, sus renuncias y sus delegaciones.
Como la relativa estabilización de los años anteriores a la guerra le fue favorable, el burgués piensa que cualquier estado que lo desposea ha de ser inestable como tal. Pero una situación estable no tiene por sí misma por qué ser agradable, y ya antes de la guerra había capas para las que la situación estabilizada era la miseria estabilizada. La decadencia no es menos estable ni prodigiosa que el auge, y sólo un cálculo que admita ver en la decadencia la única ratio de la situación actual podrá salir del asombro enervador ante lo que se repite cada día y entenderá los fenómenos de decadencia como lo verdaderamente estable, incluso como la única salvación, más aún como algo extraordinario que linda con lo milagroso e incomprensible. […] De manera que el único remedio, en espera de que llegue el asalto final, es volver la mirada a lo extraordinario, lo único que todavía nos puede salvar. (Benjamin, 2010, p. 25)
Históricamente, se documenta la incompetencia de lo Dandi respecto a ese complexo que, al mismo tiempo, posibilita su existencia. Un complexo hostil, árido, sin ningún tipo de facilidad, intrínsecamente problemático. Preservar en su ser, mantener su conatus spinoziano, significa para el dandi perder buena parte de sus afectos. Brummell, por ejemplo, en su enfrentamiento con Jorge IV, sabe que va a acelerar la desaparición de esa constelación modal en que su modo de existencia encuentra acoplamientos convenientes. Enfrentarse al regente acelera el fin de ese mundo en el que Brummell es potente y contribuye a la hegemonía de un mundo que le va a terminar excluyendo. Y es terrible comprobar cómo a Brummell no le queda opción alguna —o al menos, ninguna con un mínimo de dignidad y lucidez—. Como buen desacoplado, el dandi sufre una disonancia entre lo estratégico y lo táctico.
Si el desacople de un modo de relación se produce cuando no puede dar con otros afectos que expresen su específica capacidad de obrar y comprender, cuando no encuentra a otros modos de relación con los que poder articularse para producir conjuntamente mundo, la particularidad de lo Dandi es que es un modo de relación que excluye radicalmente una posible articulación con otros modos de relación similares. No busca —no puede— producir mundo con otros, porque él es su mundo. El otro solo podría operar como un satélite que gira alrededor. No existen las agrupaciones de dandis. No hay clubes. Por tanto, lo Dandi carece de ingenio[4] como dispositivo generativo, de ese ingenio que podría construir el conjunto de disposiciones que le haría posible modular lo que constituye mundo para él. En lo Dandi no existen metamorfosis posibles, no se pueden dar cambios que den paso a ingenios o poéticas que articulen conatus y afectos que permitan desarrollar modos de existencia que puedan articularse de forma exitosa con sus disposiciones y competencias. Este es el certificado de defunción de lo Dandi. La imposibilidad de crear o encontrar un ingenio operacionalmente efectivo que le permita conciliar, para subsistir, las exigencias estratégicas y tácticas, para sobrevivir en ese paisaje que está en transición, desde el estadio de posibilidad de su propia existencia hasta la trampa de su acabamiento. Al no caracterizarse por tener un ingenio muy desarrollado, a duras penas logra mantener unido su conatus con sus pasiones. Llega un momento en que el dandi está liberado, suelto en los márgenes de un territorio sin ley, con la certeza de que será exterminado en un mundo crecientemente regulado. Antaño poseedor de un importante poder constituyente, hogaño es presa fácil, ahora que está desacoplado, para ser eliminado por el poder. Por esa razón, el exilio es una constante en lo Dandi.
Por tanto, en un análisis diacrónico[5], lo Dandi, ligado siempre a la polis, y considerado desde Grecia hasta nuestros días, se nos aparece como un modo de relación pertinente, dinámico —aparece de forma tímida, caminando paulatinamente hacia su estabilización y acabando al final en su exceso— y necesario, que surge siempre de un defecto, del descubrimiento de una discordancia o como resultado de un cercamiento. Un defecto es la génesis del repertorio de lo Dandi, su motor primero, que experimenta como carencia y anhelo durante Grecia, Roma, la Edad Media y la Moderna, y que se constituye y consolida al llegar al siglo XVIIII, momento del Clasicismo Dandi —los dandis de la Regencia— en el que lo Dandi ha alcanzado su cénit, un apogeo que no es más que la integridad, la consonancia y la claridad de su repertorio, cuidado y retocado al avanzar el tiempo y durante todo ese XVIII, ajustando y cambiando alguno de los conjuntos cooperantes; es el momento de la consciencia de lo que se es, de sus logros; se empieza a proteger lo Dandi, se escribe y se normaliza, se instituye, se piensa a sí mismo como institución —es ese momento post-Brummell, de la teorización y escritura de los grandes manuales del dandismo que conocemos hoy día—.
Así hasta hoy, en la actualidad, este momento en que lo Dandi podría encontrarse —cfr. «Cronología de lo Dandi»— en una ocasión de exceso de coherencia, de contingencia o impotencia repertorial, en el que se revisitan sus logros en el pasado como si se entrara en un museo. Estamos en ese periodo de bloqueo, en el que existe la tentación de sacralizar el repertorio clásico —al estilo de Clare Jerrold, de Ellen Moers o de la «Triple B» de los teóricos franceses de lo Dandi: Balzac, Baudelaire, Barbey—. Tiempo en el que se da pie a que surjan las privatizaciones, las apropiaciones o que aparezcan esos expertos que, voluntaria o involuntariamente, se arrogan el derecho de administrar las extensiones del repertorio, expropiarlas o convertir el modo de relación en sus rehenes. Pero en mi caso, puedo asegurar que la intención es otra; radicalmente otra: pretendo desenmascarar el dandismo, matarlo y así, a la luz de lo Dandi, revitalizarlo; pretendo darle carta de normalidad y de vaticinar —o contribuir a— su resurgimiento; quiero que siga manteniendo su coherencia y su sentido. Aire, luz, y alimento para que se reintegren los conjuntos cooperantes que lo conforman. Alejarle de la contingencia y devolverle su potencia y su necesariedad. Conseguir pasar del dandismo erróneo y prostituido a manos del neoliberalismo mercantil, a asentar definitivamente el concepto de lo Dandi sería la alegría que podría compensar los años de investigación, lectura y redacción del presente ensayo.
[1] El complexo —o paisaje— es una matriz en la que se despliegan conflictividades posibles. En ella se realiza, se alberga o se excluye el conflicto.
[2] Composición trazable (construida o recibida) de «causas cooperantes». Siempre múltiple y relativamente abierta. Cuanto más amplio, coherente y cooperante sea, más necesario será —más calidad tendrá—. Son los ámbitos de sensibilidad o inteligencia en los que un Dandi tiene algo que decir, en los que se emplea y en función de los cuales intenta ser lo que es.
[3] Es decir, comprobar si son distintos, homogéneos, solidarios, exhaustivos y evidentes en su atribución. Su necesidad —coherencia y cooperación— dará información de la energía potencial de su sistema —en este caso, lo Dandi—.
[4] Según Spinoza, los ingenios son los elementos agentes capaces de mediar operacionalmente entre conatus y afectos (organizan el despliegue de los afectos para no alejarse irremediablemente del conatus). Por tanto, son lógicas que vinculan constitutio y dispositio (lo instituido en nosotros mediante lo que en nosotros hay de instituyente). Los ingenios discriminan y actualizan lo repertorial a través de lo disposicional.
[5] El ciclo diacrónico repetido da lugar al análisis sincrónico llevado al caso histórico concreto. Se verá en cada una de las etapas históricas que se muestran en «Cronología de lo Dandi».